Benefactores del Colegio
Martín Sánchez y José Manuel Cifuentes, dos ilustres ibarreños que legaron sus cuantiosas fortunas para la Educación de la niñez y la juventud de la provincia de Imbabura, fueron los benefactores del colegio que lleva sus apellidos
No existen datos biográficos de estos dos insignes personajes. Según el historiador Carlos Emilio Grijalva, los Sánchez Gordón y los Sánchez Montero fueron habitantes de Ibarra desde su fundación y poseían cuantiosos bienes de fortuna.
Martín Sánchez fue hijo de don Esteban Sánchez Montero y de doña Petrona Solórzano; tuvo dos hermanos: Martina y Andrés Sánchez Solórzano.
Don Martín Sánchez Montero se casó con doña Isabel Villarruel, con quien no tuvo hijos. Su gran fortuna la heredó de su madre quien era dueña de las haciendas Conranqui, Cananvalle y Cacho.
Martín Sánchez, al morir, dejó su testamento suscrito el 26 de febrero de 1823, cuya cláusula 14 dice textualmente: “que con sus bienes se establezca UNA CASA DE ESTUDIOS, bajo el nombre y patrocinio de San Diego; y manda que de embalde y sin gravar a los niños o a sus padres, los enseñen hasta que logren la instrucción que deseen, a fin de que sean útiles a la Religión y al Estado”.
En la cláusula 17 declara que: “deja para estos fines, las haciendas de Quitumba, Cachipamba y Alpachaca, la casa de habitación para estudios y las casas y capilla que han de servir para ejercicios”.
De don José Manuel Cifuentes no nos han dejado mayores datos biográficos; sólo sabemos de su altruismo en beneficio de la cultura ibarreña.
En su testamento del 10 de diciembre de 1837, o sea, a los 14 años de la muerte de don Martín Sánchez, nombró heredero universal al mismo Colegio San Diego, ordenando en su albacea que: “dentro de dos o tres años a lo más realice toda la cuantía de mis bienes y se asegure la compra de un fondo libre y fructífero que pueda proporcionar en sus réditos no sólo las rentas del Catedrático del Aula de Teología, sino que quede algún residuo para contribuir con los 25 pesos cada año, para los ejercicios espirituales”.
Cuenta la historia que Martín Sánchez tenía un corazón noble, magnánimo y generoso, que habiendo sido asaltado una noche, en su almacén, por un hombre enmascarado, quien poniéndole un puñal en le pecho, le exigió la llave de la caja, le entregó sin oponer resistencia y, lo que es más, reconoció que el asaltante era un amigo que frecuentaba su almacén, pero nunca le delató a la justicia.
Gratitud eterna a estos benefactores de la niñez y juventud estudiosa.
Por: Francisco Rosales.
Fuente: Gaceta Municipal 1945