Y nos fuimos llevándola
La media cuadra limitada por las calles Rocafuerte, Flores y Sucre, en su totalidad, fue propiedad de la Diócesis de Ibarra, cuya fachada principal, como hasta ahora, quedaba hacia el lado de la calle Flores. Todo este predio ocupó el Seminario San Diego hasta el 29 de septiembre de 1937, fecha en la que se funda el Colegio Particular Sánchez y Cifuentes. Al naciente plantel le asignaron la parte esquinera de esa cuadra, entre las calles Flores y Sucre. En esos años todavía no existían los actuales edificios del “Banco del Pichincha” y del “Edificio Sucre”. La parte del Edificio Sucre era una alta pared de adobe y, en la parte del Banco del Pichincha, había una construcción baja, también de adobe, donde se situaban tres aulas del Sánchez y Cifuentes.
Para los servicios religiosos diarios, tanto el Seminario San Diego como el Colegio Sánchez y Cifuentes, compartían la capilla que todavía es un referente ibarreño en la esquina de las calles Rocafuerte y Flores, a excepción de los domingos que se lo hacía en la Capilla Episcopal.
Precisamente, junto a la capilla del Seminario San Diego, adjunto al pie de la misma, había un ambiente llamado sacristía donde se concentraban y guardaban muchos enseres de iglesia, unos bien mantenidos, otros un tanto descuidados. Además, allí se “conservaban” varias imágenes religiosas y, entre ellas, una cautivante imagen de la Virgen María con una expresión de profundo dolor, de sublime ternura, de inmenso amor, de espiritual aflicción y suprema abnegación, dándole un infinito sabor a Calvario y a Cielo. Los “chucaritos” que gustábamos ayudar (acolitar) en las misas diarias y otras devociones semanales, en la sacristía, disfrutábamos de la imagen de la Virgen María. Era como un llamado desde el silencio profundo del alma maternal, con mensajes invisibles y penetrantes para la razón de ser de nuestra existencia juvenil; nos arrancaba promesas, secretas y escondidas, pero llenas de fe sincera y votos de fidelidad perdurables.
Cuando las autoridades del colegio nos llevaban al nuevo edificio, febrero de 1951, un grupo aproximado de unos diez alumnos -no menciono los nombres para evitar omisiones-, tomamos la secreta decisión de, a cualquier precio, llevarnos la imagen querida. Tiene que irse con nosotros, dijimos. Después de ejecutar minuciosamente todo lo planeado, lo cumplimos. La envolvimos con cartones, con mantas, con cortinas y ornamentos, tanto para preservarla como para ocultarla.
Cuando se arreglaba la inicial capilla en el nuevo edificio, para la sorpresa de nuestro capellán el Dr. Ernesto Flores Ruales, más tarde Rector del colegio, apareció la evidencia. Todo el grupo nos declaramos autores confesos “confiando en la protección de nuestra Madre Dolorosa”. Más bien, sin regaños ni aplausos del capellán, lo cual significó una prudente aceptación. Surgió la pregunta: “¿y ahora qué hacemos con el cuadro que recuerda el Milagro de la Dolorosa del Colegio?”. Con una mezcla de cierto temor y respeto, y con esa iniciativa matizada de sinceridad y franqueza, sugerimos se la ubique en la oficina del Rectorado como “Rectora Celestial” del colegio. Así se lo hizo. Desde allí la imagen quedó en la Capilla y el cuadro del milagro en el Rectorado. Más tarde, al corazón del cuadro del milagro, una directiva de la Asociación de Ex alumnos del colegio, a nombre de todos los egresados, se le sobrepuso un corazón en alto relieve, con acabados de plata y enchapado en oro, reiterándole, una vez más, su nombramiento vitalicio de Rectora Celestial de la juventud sanchista.
La imagen de la Madre Dolorosa situada en la capilla tiene su historia tal vez muy poco conocida, o un tanto olvidada. El tiempo inexorable se vuelve un archivo invisible donde, muchas veces, se guardan recuerdos sencillos y queridos, si a las nuevas generaciones no se les hace partícipes de esas vivencias inolvidables.
La Virgen nos robó para siempre nuestras almas adolescentes; recíprocamente, nosotros le robamos su corazón para toda la vida. Por todo esto, se debe seguir manteniéndola en el altar principal de la capilla sanchista, como expresa devoción institucional y de veneración católica de la ciudadanía ibarreña.
Lic. Carlos Barahona Sandoval